Cualquier hotel normalmente tiene recepcionistas, camareros, cocineros, pinches, personal de limpieza, de habitaciones,…
Desde que iniciamos el proyecto en Tanzania, cada vez que lo visitamos con grupos nos gusta alojarnos en un campsite cuyas instalaciones son geniales, tienen de todo y el precio es aún más económico del que sería normal para África. Pero aquí no estaríamos si no fuera por él, hay personal de sobra pero el único que está cuando tiene que estar es él: “Frankieeeee una cerveza; Frankieeeee papel higiénico; Frankieeeee mañana el desayuno a las 5 am; Frankieeee que no hay luz; Frankieeeee no hay agua caliente; Frankieeee toma mi ropa sucia; Frankieeee ábrenos el vino,…” y así infinidad de ejemplos que os podéis imaginar que surgen todos los días y a todas horas en un grupo de 22 personas; y ahí está Frankie, pero no está solo, están él y su sonrisa siempre desviviéndose para resolvernos la situación lo más rápida posible (esto en un país donde el ritmo pole pole es cultura).
Por eso para nosotros Frankie es todo, podemos probar a pedir algo a cualquier otro personal pero siempre es Frankie el que nos resuelve la situación: encontrar un sacacorchos para el vino a las tantas de la noche es como encontrar en España un cuchillo masai de 2 metros, puede que lo haya, pero no es habitual. Es decirle que mañana madrugamos un poquito más para que nos tenga preparado el desayuno sobre las 5:30 de la mañana y su cara se asusta con sonrisa de niño y dice en español “vale, vale!”. Es querer tomar las cervezas recapitulativas del día antes de irnos a la cama y sin saber dónde está pedirle una, o dos, o cuatro, o veinte, bien de una vez, bien de 5 que le da igual, los 50 metros a la nevera los hace corriendo y en menos de 1 minuto la tienes en la mano; hasta que se cansa y ve que no nos vamos a la cama, es como si intuyera que esa noche es interminable y me viene al oído y me dice que se va, pero a la vez me agarra la mano y me deja las llaves de la nevera de cervezas en un gesto de confianza tan sutil que prácticamente nadie se da cuenta. Me encanta este gesto, es uno más de la confianza que nos tiene, sabe que aunque bebamos muchas o incluso todas las cervezas, en unas horas durante el desayuno viene con la cuenta de la noche y en un pequeño rato reunimos el dinero y se la liquidamos; y así día tras día, noche tras noche. Frankie está para todo.
Hoy intuyo que no nos apetecerá cenar en el pueblo, así que planteo al grupo comprar cena y prepararla en el camping, se lo comento a Frankie y le falta tiempo para prepararnos todo lo necesario (platos, cubiertos, manteles, servilletas, disposición de la mesa,…), él de esto no gana nada, traemos la comida a sus instalaciones y aquí usamos de todo, no gana nada e incluso a nuestros ojos pierde, da igual, cuando ve que todos los platos están vacíos nos incita desde un extremo de la mesa a írselos pasando en orden para amontonarlos, llevarlos a la cocina y así los va fregando. Otra lección más.
Entre cerveza y cerveza y entre detalle y detalle servicial, Agus y Vanesa me dicen que porqué no nos lo llevamos a Zanzibar la próxima semana, me quedo pensando ilusionado e imaginándome la escena y les digo “estaría geniaaaaal!”.
Hoy mientras el grupo está de safari Ana y yo aprovechamos para actualizar trabajo y ponernos al día, al rato viene Frankie con un termo de agua caliente, café soluble y un gran plato con tostadas, crepes y huevos. Nadie se lo ha pedido.
“Frankie has estado en Zanzíbar alguna vez?”, “Nooo, nooooo”, me responde con tal inocencia que me siento algo tonto por haberlo dudado, “pues prepara el bañador que te vienes con nosotros la semana que viene”. Sonríe, sonríe mucho mientras nos dice que le dejemos pensarlo y nos confirma. Al día siguiente misma escena, según nos deja los cafés le pregunto que si ya sabe y me dice “síiii”, “sí qué?” le digo, “síiii Zanzibar”; Ana y yo nos miramos muy contentos, qué alegría enseñarle su propio país. “Prepara el bañador que el domingo nos vamos!”.
Quedamos a las 5:30 y no acabo de ver que llega, está muy oscuro y con él somos 25, pero en lo que me doy la vuelta ya veo acercarse su sombra con una mochila, después de darle los buenos días le digo que el autobús tarda entre 12 y 20 horas, “vale, vale” me dice sonriendo. Aunque habla inglés, realmente en los dos veranos que he pasado con él me doy cuenta que tampoco he profundizado mucho en su vida, habla muy rápido y muy bajo, me cuesta entenderle, en cualquier caso a estas horas tampoco creo que sea buena idea. Va en el autobús al lado de otro local, duerme y ni se inmuta, no pregunta, sólo sonríe.
Llegamos a Bagamoyo, al sentir que ya realmente olemos a mar todo el grupo vamos al unísono a asomarnos a la playa; miro a Frankie, está quieto, sonriendo y mirando al frente, “¿has visto alguna vez el mar?”, “noooo, nooooo!”
Arlette, una burundesa encargada del hostel donde hoy dormimos, ha planificado mal y no tiene sitio para los 25, le faltan 3 camas, pero nos dice que en su casa estaremos genial así que Ana, Frankie y yo nos dejamos guiar hasta su coche para acomodarnos antes de cenar.
Las noches en Bagamoyo son muy especiales, se juntan las emociones de la noche anterior de despedida en Amani junto con las ansias de llegar al paraíso de la isla de enfrente (Zanzíbar) y con una cena ya más occidental intentando olvidar lo peculiar de la gastronomía del interior tanzano, así que por lo general no tenemos prisa por irnos a la cama. A Frankie se le ve contento y empezamos a intuir que alguna chica del grupo le hace tilín. Ana y yo nos recogemos porque Arlette nos está esperando para llevarnos a casa en su coche, cuando ve que mañana salimos de madrugada directamente nos entrega las llaves del auto y nos deja a nuestro quehacer.
En apenas un rato estamos subiendo al barco mientras amanece, la mayoría del grupo está un pelín desconcertado a la par que sorprendido al ver que vamos a cruzar en un Dhow (típico barco africano) desde la costa de Tanzania hacia Zanzibar; Frankie está tranquilo aparentemente, le doy un chaleco salvavidas para vacilarle un poquito y no duda en ponérselo e ir con él las 4 horas de travesía, eso sí, siempre con su sonrisa.
Llegamos a Zanzibar y a un nuevo sorteo de camas, pienso en Frankie, no se si se sentirá cómodo durmiendo entre nosotros o incluso nosotros durmiendo con él, sondeo a ciertos miembros del grupo y me dicen que sin problema. A la vez pregunto a Kombo, una de nuestras personas de confianza aquí en la isla, y me dice que no me preocupe por Frankie, que se queda a dormir con él y sus amigos en la misma habitación y así nosotros podremos distribuirnos cómo queramos. Otra lección más.
En lo que llevamos fuera de Mto wa Mbu Frankie ha hablado muchas veces por teléfono, le digo que si todo bien o que si algún problema en el Sunbright o algo, me dice que no, que todo bien.
Son las 8 am y nos vamos de excursión a nadar con delfines y hacer snorkel, nos distribuimos en 3 lanchas rápidas y Frankie no duda en cuál subirse, se ha sentido atraído por una de nuestras chicas del grupo e intenta estar con ella en todos lados. Llegamos a destino, bajamos todos al agua y él se queda en la lancha… de repente se pone el chaleco y empieza a descender por las escaleras, enseguida se acerca Maritxu, le agarra de las dos manos y le da toda la confianza posible para que empiece a disfrutar del paraíso donde estamos. Al rato se cansa y sube a la lancha. Nos acercamos Ana y yo, le invitamos a bajar, le ponemos unas gafas de snorkel y le decimos que haga lo que nosotros, es muy gracioso verle, coge aire, hincha los carrillos, mete la cabeza bajo el agua y cuando la saca expulsa todo el aire, repetimos varias veces la operación, no acaba de entender que el aire ha de expulsarlo debajo del agua, da igual, su sonrisa y su mirada ya transmiten tanto que para hacerse a la idea puede valer.
Antes de volver para la isla le dice a Verónica que le tire fotos, nos quedamos anonadados viéndole posar en la playa cuál influencer de moda, ¡pero qué majo es!
Estamos eligiendo cena, sólo falta Frankie, Ana se acerca y le pregunta que si no sabe lo que quiere cenar, le dice que para él es muy difícil elegir comida internacional, que muchas cosas no sabe lo que son y que las demás probablemente no le gusten, así que se inclina de nuevo por una pizza.
Acabamos y nos vamos de karaoke, él se queda en un lado observando todas las escenas, me acerco y le digo que elija una canción y la cantamos juntos, “no, nooooo” me dice, eso sí, siempre sonriendo. Empieza a coger confianza y cuando nos queremos dar cuenta está bailando con el grupo en general y de vez en cuando con alguna de las chicas por las que se siente atraído. Hace un rato le pregunté si le apetecía tomar algo y me dijo que no, ahora me agarra la mano y me lleva a la barra, antes de decirme lo que quiere primero habla en swahily con el camarero y luego me señala una piña colada en la carta, veo que vale 15.000 shillings tanzanos pero con las manos abiertas me dice que 7, que yo tengo que pagar 7.000 shilings, menos de la mitad, al cambio unos 2’80 €, ha negociado precio local para que yo me ahorre dinero y no pague a precio de blanco.
Después de desayunar se me acerca y me dice que se va a Stone Town con Ramsey, otro de los amigos que aquí tanto nos miman, pero me lo dice como pidiéndome permiso, es su manera de expresarse y por supuesto le asiento con la cabeza y le digo que disfrute.
Cuando vuelve justo estamos a punto de subirnos a unas motos de agua, él no lo duda cuando le digo que se ponga el chaleco que nos vamos a dar una vuelta, incluso noto que está más cómodo cuando se sube y a medida que voy acelerando ni siquiera me agarra, así que le grito que me agarre fuerte y no se suelte (no me gustaría verme en mitad del índico con un Frankie y una moto de agua a la deriva).
Llega la hora de despedir a la mayoría del grupo, entre ellos está la chica de la que más se ha prendado; aquí enamorarse significa elegir una chica para ser su mujer y la madre de sus hijos, no existen los noviazgos como tal, y Frankie la ha elegido a ella y deduce que no podrá ser porque se tiene que despedir seguramente para siempre, ¿qué estará pasando ahora mismo por su cabeza? Cuando nos quedamos los mínimos Frankie no está, se le ve ausente, está pero no está, ni él ni su sonrisa, va como sonámbulo al lado nuestro, por más que intentamos animarle él está triste. Nos vamos para el hotel, según estamos llegando a la habitación le pregunto si alguna vez había estado en un hotel de esta categoría, me dice “no, nooooo, first time”, vuelvo a quedarme atontado, como si diera por hecho que es algo tan normal que me asombra el que nunca haya estado dentro de un hotel cuya habitación son 60 dólares; estamos en la misma y hay solo una cama, grande pero una cama, no se cómo reaccionará cuando deduzca que tiene que dormir conmigo, de momento está en la ducha, sale, se pone una camiseta, separa la mosquitera, coge la manta y se tumba en un extremo de la cama, cuando me acuesto veo que me ha dejado para mí casi el 80% del espacio, así dormimos toda la noche.
En el desayuno a los 6 que estamos les planteo ir por libre ahora por la mañana y así disfrutaremos mejor si queremos parar a comprar o ver diferentes cosas, Frankie me dice que no, que él solo no va, le digo que tranquilo, que va con nosotros, no tiene nada que temer. Hoy realmente pasamos el día callejeando muy pole pole, Frankie está algo mejor que anoche pero aún su sonrisa no brilla como es habitual. Subimos a tomar un café a la azotea de un hotel, tomamos el ascensor por primera vez también para él, su sonrisa no puede evitar aparecer de nuevo.
Estamos de nuevo desayunando, hoy ya es mi último día y le digo a Frankie que qué tal ha dormido, me dice que muy bien, lo corroboro, igual que la noche anterior no se había meneado de la esquinita de la cama donde se acopló, esta noche se ha hecho fuerte y ha estirado brazos y piernas a todo lo que daba, incluso dándome sin querer patadas y bofetones, y yo le intentaba mover y despertar pero nada, imposible, como un tronco, así que no me ha quedado otra que resignarme, dormir como he podido y esperar a que llegara la hora de levantarnos. Mientras se lo cuento a Maritxu y Silvia, las dos únicas que quedan con nosotros, él está disfrutando del desayuno del buffet cogiendo sobre todo muchos dulces que dice que le gustan.
Antes de desayunar los 3 han ido al mercado a comprar marisco para la comida, el mercado es en el mismo puerto, un sitio muy muy local que incluso a Frankie, me dicen ellas, le daba algo de asquito pasear por ahí e iba con cuidado para no mancharse los pies o la ropa, agúantaloooo!!!
Pues sí, le daba asquito el mercado y lo que había por allí pero comerlo… parece que le gusta bastante.
Apenas me quedan un par de horas y le digo que me acompañe, nos dirigimos a un mercado de tiendas que conozco de otras veces para comprarle un móvil, el suyo es de los antiguos sin internet, sólo para llamadas y sms; no me ha dicho nada, pero doy por hecho que quiere uno. En este paseo me cuenta que su padre murió enfermo cuando él tenía 3 años, son 5 hermanos y todos han tenido que ayudar a su madre para sacar la familia adelante; después pudo hacer un curso de “Dirección hotelera” y encontró trabajo en el Sunbright hace 2 años, donde ahora está, su sueldo es de 50 $ al mes, no tiene vacaciones nunca, trabaja todo el año y paga 20 $ por la casa donde vive. Después de escucharle le digo que le quiero regalar un móvil para que esté comunicado, pero que si lo prefiere le doy el dinero y que él lo invierta cómo quiera. Me dice que prefiere el dinero pero para comprar un móvil en Arusha que le pilla más cerca de su casa y así si tiene algún problema puede reclamar con la garantía. Le digo que tengo euros, que si cambiamos aquí o en Arusha, y me dice que no, que cambiamos en Arusha que está mejor que aquí.
Yo salgo esta noche en avión así que una vez más me fío y le doy dinero, tengo motivos suficientes para hacerlo y ninguno para desconfiar, en cualquier caso haga lo que haga estará bien empleado. Volvemos hacia el hotel, él se supone que mañana se iba en ferry y en autobús de otras 12 horas pero aprovechando que Maritxu y Silvia también regresan a Arusha en avión a el le compramos el mismo billete, le pregunto que si está nervioso y me dice que no, que le apetece volar.
Antes de coger el taxi divisamos juntos el último atardecer africano, él se separa de nosotros y cuando le observamos está haciendo una videollamada con uno de sus amigos del Sunbright
Nos despedimos, primero nos abrazamos Maritxu, Silvia y yo y a él lo dejo para el final, me agarra la cintura con cuidado, con mucho tacto como si no le apeteciera tocarme, yo cojo y le aprieto más invitándole a que se suelte, a que pierda la vergüenza y me de un abrazo de verdad. Me despide con su sonrisa.
Según aterrizo en España empiezo a recibir fotos y vídeos de Frankie en el avión, me hubiera gustado vivirlo junto a él pero sólo con estos documentos ya me puedo imaginar la situación.
Cuando llega a Mto wa Mbu me escribe que ya está en casa, me manda foto del móvil que ha comprado y me dice que le ha gustado mucho volar, también me comenta que le gustaría volver a Zanzibar. Al rato me vuelve a escribir, me dice que en el campsite hay otro chico haciendo su mismo trabajo y que por lo pronto tienen que repartir el sueldo.
Hoy me da los buenos días de nuevo, me dice que el jefe le ha dicho que cuando acabe el mes ya deja de trabajar en el campsite, le digo que no se preocupe, que le vamos a ayudar mientras encuentra otro trabajo, es él ahora el que me tranquiliza, me dice “hakuna matata”, que buscará bien en Mto wa Mbu o quizá en Zanzibar porque le ha gustado mucho…
¿Te imaginas 1 semana entre 24 negros, muy negros, hablando swahily permanentemente, de vez cuando algo en inglés contigo, en algún sitio desconocido que no puedes dominar, que incluso te da algo de miedo y haciendo muchas cosas por primera vez en tu vida?