Mi paso por Nairobi es poquito menos fugaz que el anterior, apenas me tomo una cerveza al lado del hotel y no investigo mucho más, me limito a esperar pacientemente la hora de despegue del próximo avión, tengo unas ganas tremendas por llegar a Lamu, parada y destino de al menos los próximos 15 días; cuando ésta llega, mi sorpresa es tremenda porque voy sólo en un jet de lujo de 10 plazas, así que enfundo mis cascos y me pongo a cantar a lo Julio Iglesias mientras el piloto me busca de vez en cuando con sonrisas confidentes, se me pasa volando…
Marta, coordinadora de la ONG AFRIKABLE, debería estar esperándome en el muelle pero no nos encontramos, sin darme cuenta estoy callejeando en un laberinto musulmán intentando llegar a la casa que nos proporcionan a los voluntarios, mis ansias por llegar hace que me fíe de dos de los tantos que se me acercan preguntándome qué quiero; después de 5 zig-zags, apunto de desubicarme del todo y una dosis de miedo invadiendo mi intestino, me paro para darme la vuelta y justo aparece el que dice ser nuestro casero y me invita a acomodarme con una hospitalidad y sonrisa nunca tan oportunas.
Poco a poco van llegando el resto de voluntarios, bueno, más bien voluntarias, porque el otro chico que iba a venir finalmente no ha podido, así que cuando me doy cuenta que los próximos 15 días voy a estar las 24 horas entre 8 mujeres no se si reír o llorar. Y río, vaya si río, son a cada cual más simpática y siento buen rollo con todas desde el primer momento, incluso que sean guapas y me sienta atraído por alguna de ellas hace que mi sonrisa se engrandezca aún más.
Llega la hora de conocer el proyecto con el que la primera toma de contacto fue hace 3 años, voy comprobando cómo desde la casa al mismo hay un paseo de 30 minutos agotador entre el calor y la humedad, el tener que esquivar las boñigas de tanto burro y el olor a putrefacción que se destila por todo el pueblo, en el paseo marítimo se mezcla con la brisa y se disimula algo pero en la parte interior es un verdadero estercolero. Las gotas de sudor me caen a borbotones por las zonas más recónditas del cuerpo, de repente veo a unos niños corriendo hacia nosotros al grito de «JAMBOOOOO» con intención de tocarnos, hacerles juegos y subirse a nuestras chepas como si de koalas se tratara, cuando no hemos acabado con ellos se une el siguiente grupo, y luego otro, si por ellos fuera no avanzábamos, nos los vamos quitando de encima poco a poco, con el paso de los días aprendemos «técnicas» para hacerles carantoñas sin sensación que pasamos de ellos, aunque a veces lo hacemos.
Llegamos a la samba del proyecto que forman unas 70 mujeres la mayoría marginadas y maltratadas, abandonan su realidad durante 8 horas involucradas al máximo en confeccionar sandalias para la marca española «Alma en pena», vienen a trabajar con sus bebés y sus hijos, algunos reciben clase en una de las dos aulas que hay aquí, otros campan a sus anchas durante todo el día porque en la escuela no hay sitio para todos. Y mi tarea es campar a mis anchas con ellos, al ser el único chico las coordinadoras del proyecto han pensado en darles ese choque visual para que vean algo diferente y comprueben que no pasa nada porque un hombre cuida de sus niñ@s (eso espero) 😁
La simbiosis es total, desde los más bebés hasta los más grandes se pelean por agotarme y extasiarme y lo consiguen, después de 6 horas sin parar con ellos me siento realmente cansado y sucio, muy sucio, ha llegado un momento que me he quitado todos los escrúpulos y ya me he rebozado por la arena haciendo la croqueta o el burro buscando sus sonrisas. Y me flipa sentirme sucio. La toma de contacto en este primer día me ha encantado pero el segundo día me ha fascinado y encogido por igual, siento escalofríos viendo cómo se me acerca la primera mujer y buscándome la mirada me pone su bebé en mis brazos y se va a sus tareas… En este momento el resto de niños se muestran muy respetuosos y, aunque siguen a mi alrededor, mantienen la distancia prudencial para no lastimar a la criatura que sostengo, estoy en una nube.
Las instalaciones poco a poco se van mejorando, no hay agua corriente ni baños, antes los niños desayunaban y también comían junto a sus madres, ahora sólo hay dinero para una comida diaria y por supuesto es para los niños, cuando no hay para todos se prioriza a los bebés. Marta y Lidia vinieron como voluntarias hace algo más de un año, les marcó tanto que a su vuelta a España organizaron el cambio en sus vidas y ahora viven aquí. Adoro a la gente valiente que comunica con pasión y transmite con amor, ellas ahora viven por y para las mujeres y sus niños y el brillo de sus ojos irradia felicidad.
La primera semana se pasa sin enterarnos.
El fin de semana lo invertimos en excursiones en velero para disfrutar de amaneceres, atardeceres, playas vírgenes y para conocer un poco más la vida en el pueblo. Aquí el 90% de la población es musulmana, el resto cristiana. De repente nos encontramos con la celebración de una misa y allí nos metemos a ver el ambiente. Entre canciones y comuniones me acuerdo que no hace mucho la población cristiana (voluntarios incluidos) de esta isla tuvo que ser evacuada ante una amenaza terrorista, igual que me acuerdo me desacuerdo.
Hoy ya es miércoles y no hemos ido al proyecto, decidimos coger un velero a las 5:15 am para ver el amanecer y luego acercarnos a una isla cercana a hacer snorkle, rematamos hasta el atardecer con casi 13 horas de barco. Aprovecho para cortarme el pelo y arreglarme la barba por 1’30€ no sin pasar miedo comprobando la nula destreza del peluquero con la navaja, después de una hora y media por muchas instrucciones que le doy ha hecho lo que ha querido así que «hakuna matata», no pasa nada.
Tengo mono de niños mono (por su facilidad para encaramarse a cualquier parte de mi cuerpo), después de 1 día sin verlos quiero lanzarlos por los aires cuanto antes y me lo ponen fácil, apenas he llegado a la samba y unos cuantos me los encuentro en el camino, así que a disfrutar.
Mañana es mi último día aunque puedo alargar una semana más, quiero quedarme pero siento que no puedo. Algunas voluntarias se van y otras se quedan, sin haber sucedido aún ya me siento con un doble vacío y he de anticiparme, no soporto la ausencia de la gente que me llega y no sólo los niños me han llegado… hemos compartido todos los momentos, nos hemos buscado mutuamente y una semana más aquí la presiento insoportable; pero los niños me llenan, me llenan mucho, ¿qué hago?
Amanece, me bajo a por un café y compro un vuelo a Zanzibar, mi valentía no ha actuado y sin pensarlo más decido que me voy. El resto de voluntarias se van de safari, así que ya no las veremos más y nos llenamos de abrazos. Me encantan las despedidas con pena, me dicen mucho. Nos vamos corriendo para la samba, hoy sí que sí es el último día y queremos aprovecharlo a tope. Como si presupusieran algo nuestros niños favoritos no se separan de nosotros en todo el día y nosotros de ellos, hoy sí que no nos cansan, hoy sí que no tenemos prisa por comer ni por llegar a casa, hoy sí que tenemos toda la paciencia del mundo por organizar filas las veces necesarias para enjabonarles y lavarles las manos antes de comer, hoy sí que les subo a mis hombros o a caballito todas las veces que quieran, que corro con ellos y detrás de ellos, que soy yo el que les pide más, y más, y más.
Pero no me voy a preocupar de despedirme de uno solo de ellos, si se van yendo para sus casas sin yo saberlo mejor, y así sucede con mi preferido, es a la vez cruel e inevitable tener favorito(s), cuando hemos parado para comer ya no lo he vuelto a ver, me siento mal pero aliviado, creo que es la mejor manera de que no nos volvamos a ver, quizá en un tiempo lo recordemos juntos y se enfade conmigo, me encantaría saborear este enfado.
Me acuesto desencajado con las noticias de París, mi última novia es francesa y eso acrecenta el amor que siento por este país. El mundo árabe es apasionante, el mundo en sí es apasionante y me apasionaría poder haber conocido Damasco y Palmira antes de los bombardeos o acercarme a Somalia sin peligro ahora que estoy tan cerquita. En España apenas nadie se acuerda de los más de 200 muertos en los atentados entre el centro comercial de Nairobi y la universidad de Garissa, miento, desde la embajada se acuerdan para desaconsejarnos venir. En la misma línea de recuerdo aquí no importa nada lo que ha pasado en Europa, quizá como no tienen tv ni internet incluso en menor escala que lo que nos importa a nosotros lo que pasa en Siria o en Afganistán, o peor aún, en Sudán, en Uganda, en Gabón o en Guinea. Presumimos de humanidad cuando nos tocan directamente pero olvidamos que en nuestras rutinas somos profundamente egoístas. En Siria llevan más de 4 años en guerra y sólo nos ha preocupado cuando miles de refugiados se agolpan en nuestras fronteras amenazando nuestra «unión», son millones los refugiados pero vendemos que 20 yihadistas se han mezclado entre ellos para venir a matarnos. La gente no huye de sus países gratuitamente, la gente es buena por naturaleza, aquí respiran pobreza y miseria a nuestros ojos pero a los suyos son profundamente felices. Aunque estén en una democracia superflua no tienen necesidad de huir, no hay conflictos armados que les toquen de cerca y su mierda de vida sin coches, sin casas, sin comida, sin ropa, sin tecnología les llena enormemente. No saben qué es el sistema capitalista ni les importa, sólo quieren la paz y tranquilidad de la rutina que les proporciona su mierda de vida. Aquí un blanco y/o cristiano desentona como una semilla de café en una taza de leche, aún así las sonrisas, los saludos y la predisposición de toda la gente por ayudarte y hacerte sentir como en tu casa es infinitamente inagotable.
Son las 5:30 de la mañana, tengo que tomar primero un bote y luego un «VIP bus» de 10 horas para llegar a Mombasa, es la primera fase antes de coger un vuelo mañana a Zanzibar, el paraíso de Tanzania. He de marcharme pero no quiero, siento una fuerza interna que me dice que me quede, tiro de racionalismo y con mucha emoción pero pensando que tengo razón me voy; recibo un último abrazo, el abrazo, en cualquier otro escenario me hubiera puesto los pelos de punta y, aunque me llena de energía, mi cobardía me atenaza y me voy compungido e indiferente.
Abandono la isla en un bote a reventar sobre todo con niños y mujeres, no puedo evitar acordarme de refugiados e inmigrantes, el trayecto debería ser de 15 minutos pero dura una hora, voy tan bloqueado que ni siquiera reparo en que no voy a llegar al eterno autobús, pero me da igual, quizá es lo que deseo. Mala suerte, aunque llego con 15 minutos de retraso el autobús sale otros 30 después. Voy tan bloqueado que me olvido que lo del «VIP bus» era sólo el nombre, que los primeros 80 kilómetros los hacemos en 5 horas y que tengo que sacar el pasaporte 5 veces ante policías con metralletas más grandes que las palmeras que los cobijan. Ésta es una zona conflictiva de insurgentes islámicos y hay mucho control, incluso por momentos nos escolta el ejército. La carretera es horrorosa, los baches son tan profundos que a cada metro que avanzamos parece que vamos a despegar de los asientos. Al lado llevo a un local tan grande como un cachalote, ocupa un tercio de mi asiento, voy tan bloqueado que ni me molesto, incluso me aprovecho de su presencia en todas las paradas para no perder de vista mi autobús difícil de distinguir entre tanto velo y tanto burka.
Trece horas después estoy tomando una ducha en la habitación más ruidosa del hotel a 280 kilómetros de donde debería haberme quedado, así al menos lo sigo sintiendo, mi cuerpo está aquí pero mi alma sigue allí. De nuevo mi exterior no ha demostrado lo que el interior siente, mis fuerzas se han agotado, lo mejor es que descanse para renovar y poder volver a amar. El bloqueo mental se junta con el cansancio y ambos se unen a los rezos musulmanes de la gran cantidad de mezquitas que tengo alrededor, la composición que sale de tal mezcla actúa como nana y me vence sin oposición un profundo sueño a las 8 de la tarde.