La llegada a Vietnam fue bastante más sencilla: la hora escasa de vuelo y el acuerdo diplomático recién firmado para poder permanecer en el país al menos 15 días sin visado hizo que en apenas 30 minutos estuviera disfrutando de una de las ciudades más fascinantes que jamás había vivido. Nada más bajar del taxi, el jolgorio de los claxon constantes y tener que esquivar a la inmensa cantidad de motocicletas que abarrotaban las calles hizo que tuviera que estar más despierto que nunca aunque ya fueran las 10 de la noche.
Intenté acomodarme lo más rápido posible para poder disfrutar de ello sin mochila y respirar profunda y tranquilamente la gran contaminación que en el ambiente flotaba, pero me encantaba.
Gente joven abarrotaba las terrazas bebiendo cervezas con hielo, fumando cachimbas o afinando sus gargantas en alguno de los karaokes que alrededor había. Y a las 23 toque de queda, es impresionante como en apenas unos minutos todo se transforma y desaparece como si se lo tragara la tierra.
Y de nuevo el diluvio universal, en Koh Tao dos noches seguidas el cielo se cerró de repente y descargó la furia de media vida junta, y aquí igual, lluvia torrencial durante una o dos horas, se oxigena el ambiente y como si no hubiera pasado nada.
Las hermanas riojanas estaban alojadas bastante cerca, así que contactamos y decidimos salir a gozar juntos, y vaya si lo hicimos, Hanoi es una de esas ciudades que no te deja indiferente desde el primer segundo, el caos del tráfico, la gran vegetación, los varios lagos, los diferentes mercados, la gente tan auténtica por todas las calles,… se mezclan con una sensación de seguridad y tranquilidad contrapuestas; y a mi me ha chiflado. Nada más empezar nuestro paseo una terraza de paisanos nos debió llamar tanto la atención que no dudaron en invitarnos a sentarnos con ellos a tomar unas cervezas (recién desayunados) y a conversar animadamente mediante señas, fue un momento maravilloso, de lo poco que pudimos entender a uno de ellos es que era ex-combatiente de la Guerra de Vietnam a la vez que nos señalaba una cicatriz de proyectil en su cabeza. En apenas 15 minutos nos pidió dos cervezas a cada uno y le frenamos con las siguientes, y por supuesto no nos dejó pagar.
Aprovechamos durante el día para dar un paseo por lo turístico del centro y al caer la tarde rematamos viendo el espectáculo de marionetas en el agua que debía de ser famoso aunque para mi ni de oídas. Disfrutar por el Old Quarter inmerso entre jóvenes vietnamitas ansiosos de comida y bebida entre terrazas superpuestas y mezclando la comida con los tubos de escape y la melodía inagotable de los claxons estruendosos era algo que tampoco nos podíamos perder.
Y finalmente llegó Sapa, decidimos coger un servicio de bus express y en 5 horas y media estábamos deleitándonos en lo que desde el inicio le estaba dando sentido a este viaje. El monzón había acentuado las dudas de venir, muchas zonas montañosas han sufrido graves inundaciones y ha muerto bastante gente, intentamos conseguir toda la información posible para extremar las precauciones, cosa que aquí no es fácil, y decidimos venir…
El tema del voluntariado sí que está complicado: las ONG’s con las que había contactado están en zonas catastróficas y una de ellas me ha dicho directamente que me olvide de ir pero que les puedo ayudar mucho rezando por sus gentes y por las víctimas.
Gracias a mis nuevas compañeras de viaje, hemos conseguido contactar con una mujer de la tribu H’Mong para que nos haga de guía y poder disfrutar de un par de días de trekking y convivir en su casa con su familia, y la estamos gozando. Las limitaciones son bastantes pero que te ofrezcan toooodoooo lo que tienen me cautiva y me llena de energía. En su cabaña hemos coincidido con una surcoreana con la que compartimos unas cervezas mientras disfrutábamos del atardecer entre los preciosos campos de arroz, luego la cena con nuestra anfitriona y después un momento maravilloso disfrutando del cielo estrellado espectacular entre cantos de grillos y torrentes de cascadas.
Yo he dormido en una tabla de madera cubierta con mosquitera y tapado por una manta «zamorana» de casi 4 kilos de peso, en estas semanas he tenido todos los niveles de confort y visualmente éste ha sido el más bajo, pero he logrado descansar perfectamente ayudado por un estado de tranquilidad y paz tal que no lo recordaba.
Continuamos con la ruta de vuelta hacia Sapa pueblo, hoy son 13 los kilómetros por la zona baja del valle que vamos disfrutando a cada paso.
El monzón nos ha respetado y han sido 3 días geniales en todos los aspectos: INDESCRIPTIBLE SAPA!