Aprovechamos al aterrizar para ir directos al estadio a recoger el dorsal y ya luego acomodarnos tranquilamente, y cuando lo hicimos pudimos corroborar de nuevo cuán importante es utilizar la gran cantidad de herramientas y redes que internet pone a nuestro alcance: si habitualmente Amsterdam no es una ciudad barata, este fin de semana era aún más complicado encontrar alojamiento debido a la maratón y a la celebración de un gran festival de música electrónica con mucha repercusión en toda Europa, así que tiramos una vez más de una plataforma para alquilar casas de particulares y acertamos plenamente, y màs después de coincidir en el vuelo con cuatro salmantinos que habían optado por una habitación compartida en un hostel pagando casi 4 veces más.
En un visto y no visto se pasó la carrera como nunca imaginamos: ni uno ni otro habíamos corrido nunca tanta distancia y menos en ese ritmo, pero fue vernos en la línea de salida y venirnos arriba, íbamos abriéndonos hueco entre tanta marabunta (18500 inscritos) y cuando quisimos darnos cuenta estábamos entrando en el estadio a punto de cruzar la meta. Así que la satisfacción y la realización personal al encontrarnos y compartirlo fue plena.
Nos quedaban 3 días para disfrutar a tope la ciudad y empezamos por darnos un homenaje gastronómico en un restaurante italiano que teníamos al lado de casa y cuya carta eran simplemente 6 platos, pero desde que nos sentamos pudimos comprobar porqué era complicado encontrar un hueco en cualquier momento que fueras, la exquisitez se palpaba hasta en la sal y la pimienta…
El lunes empezamos con un «city tour» de apenas 3 horas y del que no quedamos nada contentos: la guía parecía nueva, con no mucho conocimiento, y por más que intentaba esforzarse para hacerlo ameno más bien conseguía el efecto contrario; al acabar descubrimos un puesto de comida callejera y degustamos un bocata de arenques con cebolla picada y pepinillo que estaba delicioso, tanto que dos días después sería lo último que hiciéramos antes de coger el vuelo de regreso.
Invertimos la tarde paseando por el mercado de las flores y disfrutando de un crucero por los canales, aquí lo que realmente nos convenció a subir fue la oferta de gintonic’s a bordo por 5€…
Y entre paseo y paseo entramos a un coffee shop y no duramos ni un minuto: a mi me hubiera gustado sentarme a tomar algo y observar un poco el ritual «cannabisnero», pero entre que no fumamos y que a Agus le dio el colocón con apenas respirar dos inhalaciones estábamos de nuevo callejeando, y es que hay zonas que no hace falta entrar a los mismos ya que hay mucha gente fumando en la calle y el aroma es bastante contundente.
Caído el sol fuimos a descubrir el otro de los espectáculos de esta ciudad: el «Red district light» o más conocido como barrio rojo; mi estupefacción al contemplar algo tan surrealista en pleno siglo XXI y en la capital de un país tan avanzado era directamente proporcional a la cantidad de gente que hay tanto observando como disfrutando de los espectáculos eróticos, de las chicas «escaparate» o de las cabinas «fotomatón» donde pagas dinero por ver escenas porno y por tocarte unos minutos.
Para mí es verdaderamente triste que caigamos así de bajo, y ya si me meto en el papel y analizo todo como suelo hacer me produce tanto asco que no puedo sino quedarme con el primer efecto vomitivo y pasar página, así que la asumo como otra escena más para analizar superfluamente y seguir creyendo y creciendo con mis principios y valores, al menos en este sentido.
A veces me encanta hacerme el ingenuo y quedarme en mis sentimientos infantiles, ésta es una de ellas…